Homilías

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA

JESÚS TENTADO COMO NOSOTROS por Juan Vicente Catret S.J.

Entramos siempre en el primer domingo de la Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, con las “Tentaciones de Jesús en el desiertoâ€. El “desierto†es el tiempo de la prueba para el pueblo de Dios, tal como nos lo insinúa hoy en la primera lectura el libro del Deuteronomio: “El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte... nos introdujo en este lugarâ€...y sabemos que fue después de 40 años de purificación en el desierto. El desierto, con sus dunas de arena, sugiere también silencio y viento. Como dice un proverbio árabe sobre esa brisa: “es el llanto del desierto que quisiera ser verdeâ€...

            

   Entramos siempre en el primer domingo de la Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, con las “Tentaciones de Jesús en el desierto”.

   El “desierto” es el tiempo de la prueba para el pueblo de Dios, tal como nos lo insinúa hoy en la primera lectura el libro del Deuteronomio: “El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte... nos introdujo en este lugar”...y sabemos que fue después de 40 años de purificación en el desierto.

  El desierto, con sus dunas de arena, sugiere también silencio y viento. Como dice un proverbio árabe sobre esa brisa: “es el llanto del desierto que quisiera ser verde”...

  El desierto dice ausencia de seres humanos, para verse cara a cara con Dios. Este es el mensaje de las tentaciones de Jesús en el desierto.

  Y S. Pablo en la segunda lectura ya nos pone sobre aviso acerca del evangelio de las “tentaciones”. Dice S. Pablo: “La Palabra está cerca de tí; la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere al mensaje de la fe que os anunciamos. Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás”.

   Creemos que Jesús resucitó y nos salva del pecado, nos redime. Pero antes, para ello, tuvo que ser “semejante en todo a nosotros, hasta en ser tentado, aunque no cayó, no pecó”, nos dice la Carta a los Hebreos en el capítulo 4.

   Las tentaciones de Jesús fueron tres:

La popularidad  (convirtiendo las piedras en pan).

El poder  (todos los reinos le son ofrecidos para que los domine).

El triunfo brillante (descender desde el pináculo del Templo despacito, pero sin paracaídas).

   S. Ignacio de Loyola dirá que son tres escalones: riqueza, honor y soberbia.

   Jesús rechazó esas tres tentaciones, con su obediencia a Dios Padre. Y contra riqueza pone pobreza, contra honor sufrir ofensas y críticas, contra soberbia la humildad.

   Al principio de esta Cuaresma, nos debemos preguntar ¿cómo resistimos nosotros esas tres tentaciones?: La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos, la soberbia de vida (1 Juan 2,15-16)...

   Hay un párrafo de S. Ambrosio de Milán sobre las tentaciones de Jesús que me gusta para meditarlo:

   “Recuerda que el primer Adán fue expulsado del paraíso al desierto y fíjate en que el segundo Adán va del desierto al paraíso. En efecto, ves cómo la primera condenación se desata tal como se había atado, y cómo los beneficios divinos se restablecen sobre los mismos pasos antiguos. Adán viene de una tierra virgen, Cristo viene de la virgen; aquel fue hecho a imagen de Dios, este es la imagen de Dios ; aquel fue puesto por encima de todos los animales irracionales, este por encima de todos los seres vivos. A través de una mujer vino la insensatez; a través de una virgen, la sabiduría; la muerte vino de un árbol, la vida vino por la cruz...Adám fue expulsado al desierto; Cristo fue al desierto porque sabía dónde encontrar al condenado, a quien devolvería al paraíso liberado de su falta”.

   Pues, con amor agradecido a Jesús, pidámosle que nos ayude a vencer todas nuestras tentaciones, ahora que “estamos en un tiempo privilegiado de gracia” que es la Cuaresma: gracia para una conversión más profunda.

   Concluyo con el soneto de S. Fernández:

         ERAN TAN VISTOSAS LAS VOCES AQUELLAS

   Eran tan vistosas las voces aquellas

que yo no sabía si dejarlas solas,

sin olvidar sus brillos y sus aureolas

o volver de nuevo otra vez a ellas.

   No sé si lo eran, parecían bellas,

me ofrecían mares llenos de amapolas,

mundos de colores, vaivenes y olas,

soles por el día y de noche estrellas.

   Cuando, en un aparte, yo me desprendía

de mis propios ojos de mirar cansado,

empezaba a verme de pronto vacío.

   No sé si gozaba, no sé si sufría.

Y entonces, queriendo tenerte a mi lado,

buscaba tu rostro, tu rostro, Dios mío.

 

   j.v.c.

 


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