Homilías

EPIFANÍA 25

BUSCANDO LA LUZ

¿Hemos caído en la cuenta que ese Dios del Universo, ese Dios Inmenso, Eterno e Infinito quiso hacerse PEQUEÑO, en ese Niño de Belén que hemos recordado y venerado en Navidad, en ese Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y que nos dejó un simple encargo: “Ama a Dios y ama a tu prójimo”?

 

EPIFANÍA 25

BUSCANDO LA LUZ

Si estamos leyendo o trabajando de noche y nos sorprende un apagón, buscamos a tientas una linterna o los fósforos para encender al menos una vela y continuar en lo que estábamos. Hay cosas que no podemos hacer si no tenemos, aunque sea, algo de luz. Buscamos la luz; la necesitamos.

Esta necesidad de luz no es sólo para leer o trabajar en el ámbito material. También necesitamos luz en el ámbito de las ideas o en el ámbito de las ciencias. Incluso vemos que es necesario ponerles luz a los sentimientos.

Desde los tiempos más antiguos han existido buscadores de luces en la oscuridad del cielo. Muchos de ellos no se contentaron con observar las estrellas y ponerles nombres a las constelaciones sino también calcular sus movimientos y sacar algunas conclusiones científicas, dándoles, incluso, un sentido religioso.

                Entre las muchas ciencias de la Naturaleza, existe una que jamás se ha agotado en la búsqueda de la luz: son los astrólogos de la antigüedad y hoy los astrónomos: incansables buscadores de la luz en la inmensidad del firmamento.

Esto es lo que nos narra el Evangelio de San Mateo, en la fiesta litúrgica de la Epifanía del Señor: unos sabios de Oriente, hombres estudiosos que buscan el conocimiento más allá de lo que observan sus ojos en el cielo estrellado. Movidos, sin duda, por un Espíritu desconocido, se dejan guiar por la luz de una estrella que los lleva a encontrar a un Dios que es Rey, escondido en un Niño que nació en un establo en el pueblito de Belén.

¡Qué tremendo misterio! En la sencillez de una familia humilde, esos sabios están descubriendo a Dios y le ofrecen como homenaje el incienso. En esta pobreza descubren al Rey y le ofrecen oro como tributo. En este tierno niño que empieza la vida, están viendo al hombre que un día tendrá que morir. Por eso le presentan la mirra con que se unge a los difuntos. Han quedado iluminados con una nueva luz: LA LUZ DE LA FE.

Estos sabios astrónomos de un Oriente lejano descubrieron a Dios y volvieron a su tierra. La Biblia no nos dice nada más, pero la Tradición ha querido completar la historia, incluso dándoles un nombre: Melchor, Gaspar y Baltasar. También la Leyenda nos cuenta que uno de los Apóstoles (Tomás), después de la Ascensión del Señor, se fue a evangelizar al Oriente y allá los bautizó. También se nos cuenta que, en el Siglo Cuarto, por iniciativa de Santa Elena, madre del Emperador Constantino, sus reliquias fueron llevadas a Milán y siglos más tarde trasladadas a la Catedral de Colonia, Alemania, donde actualmente se veneran. Pero, ¿es esto lo más importante? No.

Lo que más nos importa es que, buscando la luz en las estrellas, ENCONTRARON A DIOS y LO DESCUBRIERON EN UN NIÑO PEQUEÑO Y HUMILDE.

*Si le interesa ahondar en este punto, vea lo que comentábamos en la Epifanía del año pasado.   https://www.equilitur.cl/detalle-comentarios.php?id=353 

Continuemos comentando los textos bíblicos de la fiesta litúrgica de hoy.

En el primer trozo, el profeta Isaías también nos habla de la luz que brilla en la oscuridad. Él se está refiriendo a la ciudad santa de Jerusalén cuyo resplandor iluminará a todos los pueblos. El profeta la sueña como la capital que atraerá los tesoros y las riquezas de todas las naciones. El profeta ve más allá: será el propio Dios quien los atraerá para formar un solo pueblo: lo confirma el salmo 71 que hoy cantamos: “Pueblos de la tierra, alaben al Señor”. Lo que el profeta no sabe es que su sueño se convertirá en realidad en una Jerusalén muy distinta de la que él imagina. Será en una persona: Jesucristo.

El misterio de Cristo, del cual nos habla hoy san Pablo en su carta a los efesios, es la luz que atrae e ilumina a todas las naciones de todos los tiempos. Fue la luz que atrajo a los sabios de Oriente del trozo del Evangelio de hoy. Jesús es la Luz que buscamos. Jesús es la Luz que necesita el mundo de hoy.

Ahora nos preguntamos:

1)            ¿Estamos abiertos al conocimiento de la Naturaleza, asombrándonos con las maravillas de la Creación, gozando de su belleza, cuidándola con amor?

2)            ¿Nos damos el tiempo para buscar a Dios en todo lo bueno y bello que nos rodea, en lo pequeño o en lo grande, con el microscopio o con el telescopio, en la célula o en el Universo?

3)            ¿Hemos caído en la cuenta que ese Dios del Universo, ese Dios Inmenso, Eterno e Infinito quiso hacerse PEQUEÑO, en ese Niño de Belén que hemos recordado y venerado en Navidad, en ese Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y que nos dejó un simple encargo: “Ama a Dios y ama a tu prójimo”?

 


Música

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