Homilías

GENEROSA INDIGENCIA

Reflexión sobre las lecturas bíblicas del Domingo 32 del año litúrgico

¿Somos de los que damos "algo", pero "poco"?

Domingo 32 del año litúrgico   1 Reyes 17; Hebreos 9; Marcos 12

 

Los textos bíblicos de hoy nos presentan a dos viudas indigentes, pero generosas. En los tiempos del Antiguo Testamento, y también en los tiempos de Jesús, el quedar viuda significaba un tremendo problema: Solas, desprotegidas y privadas del seguro sustento proporcionado por el marido, las ponía en una dura situación.

 

En el caso de la viuda de Sarepta, en la primera lectura, vemos una situación extrema. Es un período de sequía y verdadera hambruna. A la mujer le queda una porción de harina y el resto de una alcuza con aceite. Piensa hacerse un pancito para comérselo con su hijo pequeño y luego esperar la muerte. El profeta Elías le pide que le convide con un vaso de agua y un pedazo de su pan, prometiéndole que no le va a faltar. Ella confía en Dios y satisface al profeta. Sucede que no se le agota ni la harina ni el aceite hasta que se termine la sequía.

 

En el trozo evangélico de San Marcos, es el propio Jesús el que observa y admira a una pobre viuda que está depositando en la alcancía del Templo una modesta suma que, sin duda, era todo lo que poseía.  Es lo que Jesús considera tener “alma de pobre”. Días atrás, hemos escuchado las Bienaventuranzas en el Evangelio de San Mateo, cuando Jesús se refiere a los que tienen “alma de pobres” y los declara felices, dichosos o “bienaventurados”.

 

Dios no se fija en la cantidad de la donación sino en el corazón del donante. Muchas veces hemos escuchado a gente buena que dice: “cuando tenga harta plata, voy a hacer una buena donación y voy a salir en la televisión”. ¡Qué ilusión! Esa persona nunca se va a contentar con lo que ya tiene y va a seguir acumulando más y más; o bien, va a dar “algo que se note” y recibirá alabanzas y felicitaciones. Preferible será que, de lo poco que tiene, comparta con generosidad. Eso significa tener “alma de pobre”.

 

Fijémonos en Jesús. Siendo Dios, lo tenía TODO. Haciéndose Hombre, se nos dio TODO: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. De este modo, con su máxima y total generosidad, nos dio la posibilidad de tenerlo TODO, por Él, con Él y en Él. ¿Con qué cara nos atrevemos a ser mezquinos, después de ver el infinito Amor con que Jesús se nos da TODO, ENTERO?

 

No tengamos miedo de darnos por entero, porque siempre Dios nos va a dar muchísimo más. Es verdad. San Ignacio de Loyola nos trasmitió esta oración:

“Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, entendimiento y voluntad.  Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro; disponed conforme a vuestra Voluntad. Dadme vuestro Amor y Gracia, que esto solo me basta”.

Nos preguntamos:

  1. ¿Soy uno de los muchos que “damos un poco pero no mucho”?
  2. ¿Me atrevo a decirle al Señor: “Tómalo todo porque todo es tuyo”?

 

 


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