Homilías

VERDADERO TEMPLO

Tercer Domingo de Cuaresma - 3 de marzo de 2024

¿PODEMOS LOS HUMANOS UNIRNOS CON DIOS?

VERDADERO TEMPLO

 

Antiguo Testamento: Éxodo 20, 1-17 (El Decálogo).  Responsorial: Salmo 18, 8-11 (La Ley del Señor). Nuevo Testamento: Primera Corintios 1, 22-25 (Centralidad de Cristo).  Evangelio: Juan 2, 13-25 (Expulsión de los mercaderes)

 

“Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”

 

Si tenemos la oportunidad de viajar por otros países, ya sea en auto, en tren, por barco, por avión o – incluso -  por Internet… en todas partes podemos apreciar que las distintas religiones y culturas se han esmerado por construir hermosas edificaciones destinadas a honrar a sus divinidades. 

 

Son sus TEMPLOS. En ellos, hombres y mujeres han querido tomar contacto con Algo o Alguien que está más allá de sus sentidos: Algo espiritual. No lo ven ni lo escuchan, pero confían en ser vistos y escuchados por esa divinidad de quien esperan la respuesta a sus necesidades y angustias.  También desean expresar su amor y gratitud por los bienes recibidos.

 

Insistimos. Todas las culturas y religiones tienen sus templos, materiales y visibles. Lo mismo sucedió con los israelitas, creyentes en un solo Dios, que se sienten un pueblo escogido porque reconocen haber sido liberados de la esclavitud en Egipto. Ese Dios liberador ha establecido una Alianza con el pueblo. Éste se ha comprometido a cumplir una Ley que ha quedado grabada en unas tablas guardadas solemnemente en un cofre denominado Arca de la Alianza.  Éstos son los DIEZ MANDAMIENTOS, que aprendimos desde niños, y que hemos leído o escuchado en la primera Lectura Bíblica de este domingo.  Después, tuvimos la oportunidad de meditarla en el Salmo Responsorial.

 

 

A diferencia de otros pueblos que honraban a muchas divinidades en diversos lugares, los israelitas, creyentes en un solo Dios, quisieron honrarlo en un solo TEMPLO para todo el país. En esa construcción, tuvieron el cuidado de hacerla especialmente grande y hermosa, para albergar en ella el Arca de la Alianza, materialización de la presencia de Dios para ellos y con ellos. El lugar elegido fue Jerusalén.  Hasta allí venían como peregrinos desde todos los pueblos y regiones, incluso del extranjero, a ofrecer sus diezmos, sacrificios y oraciones.

 

La permanente afluencia de innumerables peregrinos, especialmente en las fiestas religiosas y conmemoraciones de hechos históricos relevantes, hacía indispensable la organización y administración de esta gigantesca estructura del Templo de Jerusalén. Cupo esta responsabilidad a la casta sacerdotal de los saduceos.  Éste fue el momento en que entró el mal espíritu (Satanás) con la tentación de la codicia.

 

La administración del Templo se convirtió en un negocio y los administradores dejaron de lado la fe en Dios para ponerla en el dinero. Se les ocurrió instalar mesas al aire libre para hacer cambios de monedas y pequeños corrales con aves y animales; todo en el atrio del Templo. Así, el Templo se convirtió más en un lugar de comercio que de encuentro con Dios. Esto es lo que pudo ver Jesús, y lo escuchamos en la lectura del Evangelio de hoy. No nos extrañemos que le haya producido indignación.

 

Jesús vio claramente la total contradicción entre lo que estaba viendo y esas palabras sagradas del libro del Éxodo que había escuchado y recitado desde su infancia en la sinagoga de Nazaret. Su reacción fue fuerte y significativa, diríamos “espectacular”.  Con asombro, le preguntaron por qué lo hacía. Su respuesta fue:

 

“Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”

 

El Evangelista se apresura a explicar que Jesús se refería al TEMPLO DE SU CUERPO, refiriéndose a su futura muerte y resurrección. Es precisamente este Jesús, el Cristo crucificado del que habla San Pablo a los corintios y hoy nos lo repite a nosotros.

 

Jesús no se contenta con hablarle a quienes tuvieron la oportunidad de verlo y oírlo en ese momento. Jesús nos habla hoy a nosotros y nos quiere hacer entender que ÉL ES EL VERDADERO TEMPLO. En la persona de Jesús, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, se produce el verdadero encuentro de Dios con la Humanidad. Jesús, muerto y resucitado por nosotros, es un TEMPLO VIVO y Universal, del cual formamos parte todos los que creemos en Él. Si queremos verdaderamente encontrarnos con Dios, tenemos que entrar a este TEMPLO y decirle con Fe a Jesús: “Señor, yo te creo y quiero entrar en Ti, estar contigo, unirme a Ti junto con todos los que has abrazado a lo largo de la historia y seguirás abrazando hasta el fin de los tiempos. Somos parte de tu CUERPO VIVO, tu Iglesia santa y pecadora. Confiamos en Ti y en tu misericordia. Acepta nuestro ofrecimiento y dispón de nosotros como Tú lo estimes conveniente”

 

El cristiano que quiere ser un verdadero discípulo, amigo y servidor de Jesús, entra misteriosamente, junto con todos los creyentes, a formar parte de este TEMPLO VIVO, el CUERPO MÍSTICO DE CRISTO.

 

¿Qué sentido tienen, entonces, las hermosas catedrales, iglesias y capillas diseminadas por el mundo entero? Depende de nosotros. ¿Queremos que sean un museo, una bodega o un galpón o qué cosa? Depende de nosotros. Si en esos espacios buscamos encontrarnos con Cristo en nuestros hermanos, con quienes escuchamos la Palabra de Dios, compartimos nuestras oraciones, cantos y peticiones; si queremos compartir sacramentalmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía… entonces la arquitectura se convierte en oración. De este modo, la capilla, la iglesia o la catedral hacen que nosotros nos convirtamos en TEMPLOS VIVOS por Cristo, con Él y en Él.

 

Nos preguntamos:

  1. ¿A qué voy a la iglesia?
  2. ¿Nos interesamos por quienes están a nuestro lado?
  3. ¿Somos acogedores con los que no conocíamos?
  4. ¿Queremos encontrar a Cristo en quienes nos rodean?

 

 

 


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