Homilías

SERVICIO DE ALEGRÃA Juan V. Catret

12 DE DICIEMBRE; DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO

Este domingo tercero de Adviento se llama también el de “la alegría†(“Gaudeteâ€, en latín significa “Alégrenseâ€) porque tanto el profeta Sofonías en la primera lectura como San Pablo en la segunda lectura nos lo dicen.

 Dice Sofonías: “Regocíjate, hija de Sion, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a los enemigos...Él se goza y se complace en ti, te ama y se llena de alegría con júbilo como en día de fiesta”.

  Y San Pablo en su carta a los Filipenses dice: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”

  Es por eso que San Juan Bautista aparece en el Evangelio, respondiendo a los que le preguntan; “¿Qué tenemos que hacer?” responde pidiendo a los que convierten y bautizan, hagan ese “servicio de alegría”, que nace de la justicia. Una alegría “con obras”, porque una alegría sin obras es como la carcajada de un corazón vacío.

  • Alegría de compartir lo bueno que uno tiene y otro necesita.
  • Alegría de la amistad, si fuera necesario, hasta dar la vida por el amigo.
  • Alegría de pasar la vida haciendo el bien como lo hizo Jesús.
  • Alegría de estar libre de pasiones y complejos.
  • Alegría de un corazón tan grande para quien no hay enemigos.
  • Alegría porque Dios está cerca, nace siempre en los corazones que le esperan.
  • Alegría porque Dios siempre perdona nuestras debilidades.
  • Alegría porque Dios nos ama con amor infinito.
  • Alegría porque Dios nos ha prometido la vida eterna.

 

Tenemos una “vocación a la alegría”, que se muestre siempre en una sonrisa en medio del escepticismo hodierno.  

San Juan Pablo II (1920-2005) en el saludo que hizo con su “Angelus” de  2003 dijo: Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres; el Señor está cerca.   Con estas palabras del apóstol Pablo, la liturgia nos invita a la alegría.

 

Es el tercer domingo de Adviento, llamado por este motivo domingo Gaudete. El Adviento es tiempo de alegría, pues permite vivir a la espera del acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios de la Virgen María. Saber que Dios no está lejos, sino cercano; que no es indiferente, sino compasivo; que no es ajeno, sino un Padre misericordioso que nos sigue con cariño en el respeto de nuestra libertad; esto es motivo de una alegría profunda que las cambiantes vicisitudes cotidianas no pueden menoscabar.

  Una característica inconfundible de la alegría cristiana es que puede convivir con el sufrimiento, pues se basa totalmente en el amor. De hecho, el Señor - que está cerca de nosotros hasta el punto de hacerse hombre- viene a infundirnos su alegría, la alegría de amar. Solo así se comprende la serena dicha de los mártires incluso en medio de las pruebas, o la sonrisa de los santos de la caridad ante quien vive en medio de las pruebas, o la sonrisa de los santos de la caridad ante quien vive en medio del dolor: una sonrisa que no ofende, sino que consuela. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

El anuncio del ángel a María es una invitación a la alegría. Pidamos a la Virgen Santa el don de la alegría cristiana”.

 

Termino con un poema de José Luis Martín Descalzo (1930-1991) titulado: “Pastor que, sin ser pastor”

 

Pastor que, sin ser pastor,

al buen Cordero nos muestras,

precursor que, sin ser luz,

nos dices por dónde llega,

enséñanos a enseñar 

la fe desde la pobreza.  

Tú que traes el bautismo

que es poco más que apariencia

y al que el Cordero más puro

baja buscando pureza,

enséñame a difundir 

Amor desde mi tibieza. 

Tú que sientes como yo

que la ignorancia no llega

ni a conocer al Señor

ni a desatar sus correas,

enséñame a propagar

la fe desde mi pobreza.  

Tú que sabes que no fuiste

la Palabra verdadera

y que sólo eras la voz

que en el desierto vocea,

enséñame, Juan, a ser

profeta sin ser profeta.

  j.v.c.                      


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