Homilías
LA VID Y LOS SARMIENTOS
HomilÃa del P. Juan Vicente Catret S.J. el2 DE MAYO 2021: DOMINGO 5 DE PASCUA
Los hombres formamos parte de diversos grupos naturales y artificiales para responder a nuestra vocación social. Pero no es lo mismo pertenecer a una familia con lazos de sangre común, que a un club deportivo o a un partido polÃtico con una insignia en la solapa.
¿Cuáles son las relaciones que unen a los cristianos? ¿Las de una asociación, o las de una familia? El evangelio de hoy nos dice que la Iglesia la forman los fieles unidos íntimamente a Cristo.
Es muy importante caer en la cuenta de que Jesús plantea su relación con nosotros como las que existen en un organismo vivo: “Yo soy la vid; ustedes los sarmientos”. La Iglesia no es una organización que une a sus socios con lazos externos, como un club o un partido. Es algo más parecido a una familia, donde todos tenemos el mismo apellido y la misma sangre. San Pablo llega a decir que formamos con Cristo Cabeza un solo Cuerpo, del que nosotros somos sus miembros. El lazo de unión de los cristianos es la savia que nos une a la Cepa Cristo. Por eso, para ser sarmientos vivos de Jesús, debemos conservar la gracia bautismal, la vida divina que corre por nuestro espíritu.
En castellano, “vid” y “vida” son dos palabras muy próximas; es lo que nos dice Jesús: no hay vida, esa vida abundante que él nos trae, si no se está unido a la vid.
La parábola de Jesús se concentra en “dar frutos”. ¿Qué frutos? A nivel personal, la santidad, la vocación máxima del ser humano. Chupar de la savia de Jesús-Vid, que es el amor a Dios y a los demás. Recibir el flujo de la sangre de Cristo-Cabeza, que es la gracia, es alcanzar el grado de superhombre: la divinización.
Pero para ello, se definen dos exigencias irrenunciables; expresadas mediante dos verbos típico de San Juan:
“Morar” indica algo más que un vínculo superficial. Expresa una realidad profunda, un intercambio vital, una relación duradera, esencial. Es estar desarraigado de sí mismo y descentrado. Su morada y su centro, de ahora en adelante, se encuentran en Cristo.
“Morar” es diferente de “seguir”. Para mostrar esa diferencia, el autor
ruso Losskij (1903-1958), compara dos libros: La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, difundida en occidente, y La vida en Cristo del pensador ortodoxo griego Tomás de Cabasilas (1320-1358) libro difundido en oriente. El autor desarrolla este pensamiento: por el Bautismo ha sido implantada en nuestro corazón la vida de Jesús. Los otros sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, la vida se desarrolla y crece. Por eso dice San Pablo: “vivo yo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí”. La Eucaristía que recibimos une a Cristo con nosotros y a nosotros con Cristo, proporcionádonos así la capacidad de dar fruto. Más tarde añadirá San Agustín (354-430) que “no somos cristianos, somos Cristo”. El Cura de Ars (1756-1859) ”somos dos trozos de cera fundidos en uno solo”. Teresa de Lisieux (1873-1897) “aquel día ya no fue una mirada; fue una fusión. Y ya no éramos dos”. Se trata de dejarse hacer, abandonarse a los cuidados del Viñador. El Padre corta lo que sobra.
¿Qué frutos? Hay una rigurosa coincidencia entre “fruto” y “amor”. La viña del Señor produce esencialmente caridad. Para eso ha sido plantada, cultivada. “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. Las obras, los hechos, no las palabras, constituyen la forma legible de la caridad cristiana. Cristo, para manifestar el amor del Padre, no ha permanecido “cerrado” en su propio mundo. Ha “salido” de allí para encontrar a los hombres, mezclarse con ellos, cargarse con sus fardos, dejar sobre la tierra los signos visibles de la misericordia divina, hacer florecer en el desierto de la aridez y de los egoísmos.
Santa Teresa de Calcuta (1910-1997) en su “Camino de sencillez” dice:
Permanezcan en mí, como yo en ustedes
Amemos la Oración. Durante la jornada, tratemos de sentir la necesidad de orar y abandonemos la tristeza en la oración. La oración agranda el corazón hasta tal punto de que podrá contener el don que Dios nos hace de sí mismo. Pidan, busquen y su corazón se ensanchará lo suficiente para recibirlo. Puede ayudarnos la siguiente oración extraída del libro de oraciones de nuestra comunidad, escogida entre aquellas que recitamos cada día:
“Convirtámonos en ramas verdaderas y fructíferas de la viña de Jesús, recibiéndolo en nuestra vida como él quiera mostrarse:
Como la Verdad para ser dicha.
Como la Vida para ser vivida.
Como la Luz para ser iluminada.
Como el Amor para ser amado.
Como el Camino para ser andado.
Como la Alegría para ser dada.
Como la Paz para ser extendida.
Como el sacrificio para ser ofrecido, en nuestras familias y en nuestro barrio”.
Termino con una poesía de Rafael Prieto Ramiro, escritor y poeta actual titulada:
Una tarde de amores encendida
Una tarde de amores encendida:
Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos,
con mi vida tendréis el crecimiento
para que deis el fruto sin medida.
Abiertos al amor, llenos de vida,
recibid de mi Espíritu el aliento,
será de nuestro líquido el fermento,
y podréis ser vosotros la bebida.
Pero habéis de pasar por dura poda,
el racimo prensado largamente,
madurado en bodegas silenciosas,
será consumación de nuestra boda.
Brindaremos con vinos excelentes,
que embriagan, que enamoran y que endiosan
los frutos del esposo y de la esposa.