Homilías

1 de diciembre de 2019 PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO A

VEN, SEÑOR JESÚS

En el último libro de la Biblia (Apocalipsis), en las últimas líneas del último capítulo, leemos con emoción estas palabras: “Ven, Señor Jesús”. Es el clamor de una humanidad, confiada en la palabra de Dios que en el primer libro de la Biblia (Génesis, 3,15) había maldecido a la serpiente diciéndole que un descendiente de la mujer le aplastaría su cabeza.

 

La humanidad se siente atrapada por el poder del mal, del pecado y de la muerte y clama por un salvador, un liberador que le abra el camino de la luz.
La promesa de Dios estaba pendiente y su pueblo elegido, el pueblo de Israel, una y otra vez a lo largo de la historia, levantaba la voz clamando “Ven, Señor, ven a salvarnos”. Lo encontramos repetidamente en el Antiguo Testamento y en los Salmos.
El pueblo de Dios pensó muchas veces que su salvador sería un Rey, ungido como David o un descendiente de ese gran caudillo. Así pues, llegado el momento de cumplir su promesa, Dios se hace Hombre en la persona de Jesús de Nazaret, reconocido por Juan el Bautista como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ungido por el Espíritu y confirmado por la voz divina que dice: “éste es mi Hijo amado a quien he elegido”. En Jesús se cumplió la promesa de Dios, pero no como lo esperaba el común de la gente. Algunos lo reconocieron como descendiente de David, algunos quisieron coronarlo como Rey, pero Él se les escabulló. No estaba en el plan de Dios un rey terrenal. El propio Jesús dijo “mi Reino no es de este mundo”. Su corona fue de espinas y su trono fue una cruz… murió, pero, resucitando venció a la muerte y quiso quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos. 
Jesús vino, viene y vendrá. Ésta es la maravilla de nuestra Fe.
En la primera lectura bíblica de hoy (Isaías 2, 1-5), el profeta se hace eco de la esperanza pueblo israelita que en su aflicción confía en el Señor. Es Dios quien restablecerá la paz en un mundo del convulsionado. El profeta lo visualiza en una Jerusalén reconstruida donde la espada se transformará en arado, donde el odio, la guerra y la división se transformarán en trabajo honrado, digno y fecundo. Esta misma esperanza está alegremente reflejada en el salmo 121, cuyos versículos insisten en la paz.
Jesús es el único que puede darnos la verdadera paz, si estamos sinceramente dispuestos a acogerlo y siempre preparados para recibirlo como él mismo nos lo insiste en el trozo evangélico de hoy (Mateo 24, 37-44).
¿Cómo estar preparados para que el Señor venga a nosotros? Nos lo dice san Pablo en la segunda lectura bíblica de hoy (Romanos 13, 11-14): abandonando las obras propias de la noche, excesos en la comida y bebida, lujuria, libertinaje, peleas, envidias… por el contrario, procediendo dignamente. Vistiéndonos con la armadura de la luz.
Hoy día Dios nos habla en forma clara y patente. Escuchemos su voz, enmendemos nuestros pasos. ¿Queremos recuperar la dignidad, como personas, como pueblo? ¿Cómo abandonaremos las “obras propias de la noche” que menciona san Pablo? Generosidad y solidaridad versus la avaricia, la envidia y las mil facetas del egoísmo; defendiendo la verdad contra las miles de facetas de la mentira y la corrupción; volviendo al respeto en todos los niveles: respeto de hijos a padres y de padres a hijos; respeto entre los cónyuges; respeto de alumnos a maestros y de éstos a aquéllos; respeto a los ancianos; respeto y valoración de la dignidad del trabajo y los trabajadores; respeto a las autoridades, a las instituciones, a las leyes.
Si no hay respeto, no hay amor ni puede haber ni justicia ni paz. Si no hay amor, ¿con qué cara vamos a decirle al Señor: “ven Señor Jesús”? 

 

 

 


Música

29 DE DICIEMBRE: SAGRADA FAMILIA

MODELO DE LA FAMILIA DE NAZARET

Ofrecemos la homilía que años atrás nos envió nuestro amigo Juan Vicente Catret SJ (QEPD)