Homilías

MATRIMONIO NATURAL: “LLENEN LA TIERRAâ€

Comentario a las lecturas bíblicas del 27° domingo del Año Litúrgico

Así es la NATURALEZA. Así la hizo Dios. Así nos quiso hacer Dios. (Génesis 2 y 1; Salmo 127; Hebreos 2; Juan 14; Marcos 10)

 

Domingo 6 de octubre de 2024

            Comencemos nuestro comentario partiendo por los capítulos iniciales del primer libro de la Biblia: el GÉNESIS. En ellos se nos presenta la Creación, toda la obra de Dios, su belleza y grandiosidad; la infinita variedad de la NATURALEZA, preparada amorosamente como regalo para nosotros, los humanos. Él nos creó a su imagen. No conviene que el hombre esté solo”, se dijo. “Voy a hacerle una ayuda adecuada. Por eso, “Varón y Mujer nos creó”.

 

            Así es la NATURALEZA. Así la hizo Dios. Así nos quiso hacer Dios.

 

En este siglo XXI, vemos con gusto y esperanza que se está produciendo un sentimiento colectivo de “volver a lo natural”, “amar y cuidar la Naturaleza”, en reacción a la sobreproducción de artificialidad, contaminación del aire, las aguas y la destrucción de la tierra. Sin darnos cuenta, el viejo libro del Génesis quiere volver a ser actual.

 

Es interesante observar que la palabra “matrimonio” no aparece en el relato que hemos leído o escuchado. Sin embargo, si abrimos la Biblia en el primer capítulo, leemos claramente que “Dios los bendijo”. ¿Qué significa esto? Significa que esta unión, natural como lo es, podemos llamarla “MATRIMONIO NATURAL”. Y, si Dios lo bendice, ¿Qué podemos objetar? ¡Nada!... a condición que se mantengan vigentes las últimas palabras de este trozo bíblico: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne”.

 

No olvidemos la misión que Dios le encomienda a esta pareja: “Los bendijo Dios y les dijo: - Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra”. De este modo nace la familia humana: padre, madre, descendientes.

 

 

Como tantos otros que hemos comentado en domingos anteriores, este trozo del Antiguo Testamento, lo interpretamos como FIGURA anticipada de lo que un día llevaría a su PLENITUD Nuestro Señor Jesucristo.

 

¿Jesús, casado? ¡Claro! Él, refiriéndose a sí mismo, se llama “el Esposo”. Son innumerables los textos de los Evangelios y del Nuevo Testamento donde a Jesús se lo presenta como el Esposo de la Iglesia y a ésta, como su Esposa. En este “MATRIMONIO MÍSTICO” se lleva a cabo la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia. Aquí se aplican en forma absoluta las palabras del propio Jesús: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Si formamos parte de la Iglesia, podemos estar totalmente tranquilos porque el Esposo, Cristo, no nos va a abandonar.

 

Ahora, fijémonos en la “misión” que Dios les encomendó a nuestros primeros padres: “sean fecundos y multiplíquense”. Esta misión está totalmente vigente. Hoy día, unidos a Cristo, tenemos la misión de ser fecundos, evangelizando y atrayendo a más y más a la familia de los “hijos de Dios”. En esta familia, Jesús, el Esposo, quiere darle importancia preferente a los niños, como lo vemos en el trozo del Evangelio de hoy.

 

Hemos hablado de “matrimonio natural” y “matrimonio místico”, pero ¿Qué hay sobre el “matrimonio civil” y el “matrimonio sacramental”?

 

Considerando que los seres humanos somos por naturaleza “seres sociales”, parece bueno y conveniente que la sociedad civil tome conocimiento, valore debidamente, cuide y proteja a las parejas que han formado o quieren formar familia. Esto es lo esencial del “matrimonio civil”.

 

¿Qué entendemos por “MATRIMONIO SACRAMENTAL”? “Sacramento” es un “signo visible de una realidad invisible”. La realidad invisible es la unión de Cristo con la Iglesia. Es el propio Cristo quien le pregunta al varón y la mujer que se aman si quieren reflejar visiblemente el amor y fidelidad que existe entre Él y la Iglesia. Cuando el varón y la mujer aceptan y asumen esta misión recibida de Jesucristo, entonces ellos se convierten en Sacramento y éste es indisoluble como lo es la unión de Cristo con la Iglesia.

 

El texto evangélico de hoy nos repite varias veces dos palabras que nos entristecen: divorcio y adulterio. La primera, divorcio, se refiere a una dolorosa ruptura de algo que hubiéramos querido que fuera para siempre. Las causas pueden ser innumerables e imponderables y habríamos tenido que evitarlas a tiempo. No debemos confundir el concepto de “divorcio” con “nulidad”, porque ésta es la constatación que “nunca hubo matrimonio” sino un lamentable error (lamentable, pero corregible).

La segunda – adulterio - es la casi inevitable consecuencia de la primera: al romperse una unidad, queda la soledad. Ésta tiende a volcarse hacia otra unión. ¿Qué podemos hacer ante tan dolorosas situaciones? Volvernos a Jesucristo, como lo vemos en la segunda lectura bíblica y unirnos a sus padecimientos, esperando vernos un día “coronados de gloria y esplendor”.

 

Nos preguntamos:

  1. ¿Puede considerarse como verdadero matrimonio la unión de un varón y una mujer que no han tenido la oportunidad de casarse ni “por el civil” ni “por la Iglesia”, pero se han amado, respetado y han sido fieles toda la vida?
  2. ¿Puede considerarse válido un matrimonio “por la Iglesia” en el que una de las partes no ha sido fiel durante el pololeo y se sabe que no tiene intención de serlo después de casarse?

 

 

 

 


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