Homilías
DEL AGUA DEL DILUVIO A LA ARENA DEL DESIERTO
HomilÃa de JVCatret el 21 DE FEBRERO 2021: PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
Una vez más entramos en la Cuaresma, esos 40 dÃas de arrepentimiento y purificación en preparación a la Pascua de la Resurrección de Jesús, pero antes aprendiendo de él a llevar nuestra cruz y darle gracias porque nos redimió del pecado con su Pasión y Muerte en la cruz.
El pasado miércoles de ceniza, al recibir el signo penitencial en nuestra frente, podemos meditar en su doble simbolismo. Primero, negativo: ¿qué debo yo hacer ceniza este año? ¿Qué me pide el Señor suprima dentro de mi corazón? Y segundo positivo: quiero volver a ser como ceniza o mejor dicho como arcilla o barro en manos del Señor, para que me moldee de nuevo con la forma que él desea para mí, lo mismo que hizo con los primeros Adán y Eva en el Paraíso.
Titulo esta homilía “del agua del diluvio a la arena del desierto”, porque después del castigo del diluvio, de que nos habla la primera lectura, Dios decide hacer las paces con el hombre, reanudar los contactos con la tierra. Y eso está simbolizado en “el arco iris”, que es como la sonrisa de Dios entre las nubes, la alianza que se ofrece a la creación entera, incluidos los animales: “aves, ganado y fieras...” El signo del arco iris se convierte en signo visible de la reconciliación universal. El acontecimiento del diluvio ha sido interpetado como una especie de “bautismo” universal. Dios establece su alianza con la “tierra” recreada, rehecha en el baño purificador.
San Pedro, en la segunda lectura, usa una expresión muy bella: “cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé”. Pero no sólo en aquellos días, Dios ha establecido prolongar su paciencia todavía hoy día...
La armonía puede ser reencontrada, pero a través de una lucha incesante y encarnizada con las fuerzas del mal. La respuesta del hombre a la iniciativa divina que manda al Hijo a inaugurar el Reino es: “Conviértanse y crean la Buena Noticia”. Es lo que nos lo recuerda la página del evangelio de Marcos, que tiene como marco el desierto, adonde el Espíritu “empuja” a Jesús para que afronte la tentación que viene de Satanás.
El desierto, en la Biblia, es considerado en una doble dimensión:
En japonés, “tentación” se dice: 誘惑 (yuuwaku), y se escribe con dos
caracteres chinos que significan: una melodía musical que quiere entrar por la puerta de nuestro corazón. Parece bonito pero, pero es el modo como actúa el enemigo: Satanás.
San Ignacio de Loyola en su libro de los “Ejercicios Espirituales”, dice que el diablo o Satanás nos ataca por la parte más debil, que suele ser: deseos de riqueza, honor y fama y soberbia.
Tenemos que aprender de Jesús, que venció las tentaciones de Satanás, siendo fiel a la voluntad de Dios Padre, no buscando tener sino ser, no recibir sino dar, no ser servidos sino servir, no gozar sino el hacer gozar, no el vengarse sino el perdonar, no el abundar sino el ser austeros, no tratar de ver y palpar sino el creer. Pidamos esas actitudes o gracias con confianza en este tiempo de alegría cuaresmal.
La lección resulta bastante transparente: el hombre debe afrontar una lucha interior contra las fuerzas que podrían desviarle de su vocación de hijo de Dios. El hombre debe lograr la armonía primitiva con Dios, consigo mismo, con toda la creación, descendiendo al terreno áspero del combate con el Enemigo.
Termino con un soneto del poeta nacido en Talavera de la Reina y muerto en Madrid Rafael Morales (1919-2005) titulado:
INVOCACIÓN AL SEÑOR
Danos tu luz, Señor, para esta pena,
corta de tu jardín tanta agonía,
tanto oscuro dolor, la sombra fría
que al corazón del hombre ciega y llena.
Aniquila, Señor, corta, cercena
esta angustia del hombre, esta porfía;
danos, Señor, tu corazón por guía,
tu sangre que enamora y enajena.
Mas si el sufrir, Señor, es merecido,
no nos quites ni el llanto ni el lamento,
ni el amoroso corazón herido.
Pero danos también como sustento
tu corazón, tu vida, tu latido,
tu divino calor por alimento. j.v.c.