Homilías

VENGAN CONMIGO

Domingo 24 de enero de 2021

El evangelio de este domingo nos refiere el comienzo del ministerio de Jesús. Tras su bautismo y las tentaciones en el desierto, empieza su ministerio con un mensaje fundamental y con una importante iniciativa: la llamada a los primeros discípulos.

  Éste es el mensaje de Jesús: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios: conviértanse y crean la buena noticia”. Es un mensaje que quiere cambiar por completo la orientación de nuestra vida. Es un mensaje urgente, y Jesús es consciente de ello: no hay tiempo que perder, es preciso actuar de inmediato; el reino de Dios está cerca, es preciso acogerlo.

  El reino de Dios se acoge de dos maneras: convirtiéndose y creyendo en el Evangelio. Jesús predica la conversión. Convertirse significa separarse de las cosas malas y adherirse a Dios. Se trata de un cambio radical de orientación, algo que Jesús requiere de nosotros para nuestro bien. La conversión, en griego metanoia, tiene un sentido de cambio de mente y de corazón. La conversión a la que Jesús llamaba y sigue hoy llamando no es un mero remordimiento, que es una conducta autopunitiva que conduce a revivir indefinidamente un pasado que nos acusa. En cambio, la conversión mira no al pasado, sino al futuro; no es un rumiar masoquista nuestro pecado, sino un caminar gozosos por caminos nuevos. Los dos conceptos clave en la predicación de Jesús son: “Reino de Dios” y “Abba”. Ese reino no tiene un sentido físico, geográfico o político, sino un significado activo: que Dios reine en el corazón de los hombres. Y “Abba” quiere decir que Dios es bueno y cercano, como ese padre bueno al que los niños se acercan con confianza y le llaman Abba (papá). Jesús nos dice que el amor bondadoso de Dios cambiará nuestro corazón, sentimientos y vida entera.

  Se gesta, en fin, el proyecto de enmendar la conducta vieja e iniciar una vida nueva.

  El Jesús del evangelio de Marcos es un Jesús siempre en movimiento. Y también un Jesús que pone en movimiento a las personas. Nos cuenta que los primeros discípulos eran unos pescadores que ante la llamada de Jesús, dejaron las redes, las barcas y familia y le siguieron. ¿Cuál sería la atracción de la persona de Jesús? Como dice el llamado Sócrates de Dinamarca, Kierkegaard (1813-1855) los discípulos sintieron la causa personalis (causa personal), el atractivo de una persona que nos pone en movimiento. Y esa atracción la debieron experimentar en una mirada. Una mirada que encandila a un individuo, una mirada que elige, escoge, llena de afecto, lo saca fuera de la gente. La mirada se hace mensaje, propuesta de comunión.

  Esa mirada también provoca una iniciativa. En el judaísmo contemporáneo de Jesús eran los discípulos los que buscaban, elegían al maestro. El rabino no llamaba para sí a los discípulos, sino que él era “llamado”, “elegido” por ellos. Jesús, por el contrario, toma la iniciativa. La llamada viene de él, y sólo de él. Así pues, la vida cristiana es respuesta a la manifestación de la gracia, no decisión autónoma. Si me decido es porque he sido invitado en esta dirección por alguien que se ha decidido antes a favor mío.

  Por parte de los discípulos a la iniciativa de Jesús podemos destacar estos elementos: fe, desprendimiento, seguimiento, dejarse hacer. “Fe” que es “fiarse” de una persona, responder a su llamada, aceptar una aventura de la que no se calculan con precisión las dimensiones y los riesgos. Exige una adhesión decidida, incondicional. “Desprendimiento”. La decisión se expresa por una separación: de las redes, de un oficio, de las cosas, de los lazos familiares. “Seguimiento”. Pero el acento no se pone tanto sobre el dejar cuanto sobre el seguir. El discípulo no es alguien que ha abandonado algo. Es quien ha encontrado a alguien. La “pérdida” es compensada con creces por la ganancia. El discípulo, pues, es alguien que sigue a Cristo, se pone en su compañía, establece una comunión de vida con él. Cristo llegará a ser conocido a medida que se camina tras él.

  Esto nos afecta también hoy día a nosotros. Se trata de recorrer el mismo camino de Cristo, hacer sus mismas opciones, repetir sus gestos, asumir sus pensamientos y sus tomas de postura, inspirarse en sus criterios, tener sus preferencias.

  Las tres lecturas de este domingo están entrelazadas. En la primera lectura del profeta Jonás se dice: se ha cumplido el plazo. Hay que convertirse, dice a los habitantes de Nínive. En la segunda lectura de San Pablo a los Corintios nos advierte el apóstol: el momento es apremiante. Y en el evangelio, Jesús nos dice: conviértanse y crean la Buena Nueva.

  Se trata, pues, de vivir de forma más humilde ese seguimiento de Jesús, ese intentar que el amor de Dios reine en nuestra vida, dicho con un eslogan; mantener “la llama del amor de Dios” en nuestras patrias contemporáneas.

  Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein: 1891-1942) dice:

          "Dejando a su padre en la barca, se marcharon con Él

  Quien se deja conducir como un niño por el camino de la obediencia alcanzará el reino de los cielos prometido a los que se hacen como ellos. La obediencia condujo a la mujer de estirpe real desde la casa de David a la humilde casita del pobre carpintero de Nazaret. Él mismo condujo a las dos personas más santas fuera del seguro cerco de este modesto hogar para llevarlas por caminos campestres, y en el establo de Belén colocó al Hijo de Dios en un pesebre.

  En la pobreza elegida libremente, el Salvador y su Madre recorrieron los caminos de Judea y Galilea viviendo de las limosnas de los creyentes. Desnudo y sin nada colgaba el Señor en la cruz, y dejó el cuidado de su Madre en manos del discípulo amado. Por eso él exige la pobreza a los que quieren seguirlo. El corazón del hombre tiene que estar libre de toda atadura a los bienes terrenales, de la preocupación por ellos, de su dependencia y de las ansias de poseerlos si quiere pertenecer totalmente al divino Esposo".

  Termino con el soneto de la contemporánea catalana María José Rojo :

                         Vocación

  Contigo se ha cruzado mi mirada,

allá, cuando pasaste en mi sendero,

dejé barcas y redes, fui ligero

fascinado en la voz de tu llamada.

  Seguro ya en tu amor, corro sin nada,

cantando al viento, libre...; sólo quiero

ser de tu Luz testigo, ser lucero;

y dejar a tus pies mi alma sellada.

  Bendecir, perdonar y dar la vida.

Con María anunciar tus maravillas.

Ser ofrenda de amor, beber tu suerte.

  Hazme ser corazón, llama encendida,

mano abierta que arroja semillas...

y dormir en tus brazos para verte.

 

  j.v.c.


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